El entusiasmo de los inversores por la inteligencia artificial ha invadido los mercados financieros y no parece que vaya a remitir.
El gigante de los semiconductores NVIDIA, que es el principal fabricante de chips destinados a la inteligencia artificial, ha visto aumentar su cotización en un 150% en lo que va de año, lo que ha impulsado su capitalización de mercado hasta los 3 billones de dólares y la ha convertido en la compañía más valiosa del mundo. Otros gigantes tecnológicos como Microsoft, Amazon y Broadcom, que se encuentran entre los participantes más visibles en el desarrollo de esta tecnología, también han registrado un fuerte aumento de su cotización.
La inteligencia artificial generativa tiene potencial para acelerar la productividad en toda la economía, lo que la convierte en un concepto fundamental que todos debemos entender, no solo planteándonos cómo cambiará nuestra vida y nuestra forma de trabajar, sino también desde la perspectiva de la inversión.
Aunque estoy convencido del potencial a largo plazo de la inteligencia artificial, también he aprendido a mostrarme algo escéptico cuando una compañía sube tanto y tan rápido. En mi trayectoria como analista, trabajé en el sector de las telecomunicaciones a finales de la década de 1990, durante el auge de la tecnología y las telecomunicaciones. Recuerdo el gran entusiasmo que generó el potencial de internet para transformar la economía. Por desgracia, se produjo una desconexión entre ese entusiasmo inicial de los inversores y las ventajas económicas reales que llegaron años más tarde.
Para mí fue una lección muy importante. Internet ha tenido desde entonces un enorme impacto en la actividad económica, pero los resultados no fueron inmediatos, y los inversores comenzaron a impacientarse.
A la hora de incluir inversiones relacionadas con la inteligencia artificial en mis carteras de inversión, tengo en cuenta cuatro posibles riesgos, que expongo a continuación.
1. Los inversores suelen sobrestimar el impacto a corto plazo de la tecnología
Tendemos a sobrestimar el impacto que la innovación tecnológica tendrá a corto plazo, pero subestimamos su efecto a más largo plazo. Esto puede explicarse con la curva J de productividad. Cuando aparece una nueva tecnología, las compañías y los inversores muestran un gran entusiasmo por su potencial de transformación y realizan fuertes inversiones en la creación de infraestructuras.